El instinto gregario de la paloma, basado en una respuesta adaptativa a los ataques de los depredadores, consiste en realizar todos los actos cotidianos que rodean su existencia en grupos más o menos numerosos.
Las palomas, en estado de plena libertad tiene tendencia a alimentarse, criar, acudir a beber y descansar en grupo, lo cual favorece al individuo particular ya que aumenta sus posibilidades de supervivencia al ataque de cualquier depredador, ya sea este terrestre o aéreo.
Este instinto, que es compartido por la mayoría de los animales que como la paloma padecen la condición de “presa” tanto mamíferos, como peces y otras aves, tiene por objeto el confundir al atacante, haciendo que tenga dificultades en fijar una presa individual en una masa de ejemplares que se mueven al unísono como si en realidad fuese un sólo organismo, pero que son capaces de huir en todas direcciones en el último momento cuando el depredador ataca.
Este instinto gregario que la paloma posee de forma innata, es decir, que no es aprendido por la experiencia, sino que se encuentra formando parte de su herencia genética, tarda algunas semanas en desarrollarlo desde su nacimiento.
Así, al principio, el joven pichón es más bien individualista, preocupándose sólo de su supervivencia y de ser alimentado lo más profusamente que le sea posible por sus padres. En una segunda fase, cuando comienzan los primeros vuelos su propio instinto le “aconseja” mantenerse al margen de la bandada, ya que aún su musculatura y sus habilidades de vuelo no están suficientemente desarrolladas y será más vulnerable que el resto de sus congéneres en caso de ataque de los depredadores, por lo que el instinto le dice que es mejor estrategia, en caso de ataque, mantenerse inmóvil en el tejado, intentando mimetizarse con el entorno en vez de salir huyendo a la desesperada.
Pero pasadas estas primeras etapas en la vida del joven mensajero, comienza a desarrollar un fuerte instinto gregario que aunque en muchas ocasiones le será muy necesario para la supervivencia, también puede ser un hándicap a la hora de la práctica colombófila.
Todos hemos visto, en varias ocasiones, como un bando de palomas mensajeras bien entrenado, en cuando divisa en la lejanía a algún posible depredador, cambia el ritmo de vuelo, cierra filas haciéndose más compacto y según se trata de azores, halcones u otros depredadores, vuelan hacia él para vigilarlo de cerca o huyen para salvar sus vidas. También he visto en numerosas ocasiones que en estos casos, algunas aves más débiles, cansadas o simplemente con un sobrepeso que le impedía seguir el ritmo de las demás, se salían del bando para intentar refugiarse en algún bosque o construcción, siendo precisamente estas palomas que abandonaban la seguridad relativa que les ofrecía el grupo a las que el atacante seleccionaba como objetivo y en la mayoría de los casos atrapara, a no ser que en el último segundo, la paloma al ver venir a su atacante, realice un desesperado quiebro en el momento en que el azor impulsa hacia adelante sus garras para coger a su presa, perdiendo por un momento capacidad de maniobra y esquivase por esta vez a la muerte.
Sin embargo, en colombofilia, tenemos que “romper” este instinto gregario de la paloma y educarla de forma de que, cuando la dirección que sigue la bandada no sea la mejor según su individual línea de vuelo, sea capaz de apartarse del bando y comenzar a volar en solitario hacia su destino, su añorado palomar.
Esta labor en colombofilia, como el resto de los habituales quehaceres que rodea la preparación y puesta a punto de un equipo colombófilo, requiere de un periodo de adaptación y aprendizaje que se puede realizar de forma intencionada, es decir, soltando a las palomas de manera individual para que al verse obligadas a orientarse y recorrer por sí mismas los kilómetros que las separan del palomar, vayan perdiendo el innato miedo a volar en solitario y vayan aprendiendo a, en determinadas ocasiones, ser capaces de olvidar su instinto gregario en pos de un regreso más rápido a casa.
También por el método de “ensayo y error”, es decir, dándose cuenta por si misma de que si se deja arrastrar por el bando a un destino distinto de su lugar de llegada, la paloma va aprendiendo a salirse del bando y coger la buena línea de vuelo.
Así mismo, he observado que en numerosas ocasiones, aquellas mensajeras con mayor experiencia, ya será esto por su edad o por que han recibido un mejor entrenamiento que las demás. Son capaces de “arrastrar” hasta su palomar incluso a grandes bandos, beneficiándose así de un viaje en compañía en su línea de vuelo, haciendo además que las demás palomas pierdan tiempo y obligándolas a realizar un mayor esfuerzo para regresar al palomar, después de haberse dejado llevar por las otras palomas.
Es por esto tremendamente importante el realizar un entrenamiento adecuado a la paloma mensajera para educar todas y cada una de las facetas que posteriormente nos servirán no sólo para ganar los concursos, sino incluso para no perder a nuestras queridas palomas.
César González
(Foto: César Velardo)